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Nuestro Fundador 

Tiempo y Vida de Fray José Antonio de San Alberto.

 

Biografía:

Es indiscutible que es aragonés de la provincia de Zaragoza y de la diócesis de Tarazona. La documentación vaticana lo presenta como natural y bautizado en el Fresno, del partido de Calatayud y diócesis de Tarazona.

Nace el 17 de febrero de 1727, en un hogar de fervorosos padres católicos, don Agustín de Campos, médico de la ciudad de Daroca y de doña Isabel Julián, natural del lugar de Manchones. Fueron sus abuelos paternos Agustín de Campos y María Casado, y los maternos Isidoro Julián y Mariana Montarier. En el bautismo le impusieron los nombres de José y Antonio. Fueron sus padrinos Francisco Texedor e Isabel Beltrán.

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Actividad dentro de la Orden:

Sus excelentes dotes pedagógicas, enseguida encuentran un campo de acción en las ciudades de Huesca y Calatayud. Desempeñó diversas cátedras de artes y filosofía y a los veintiséis años el joven profesor alcanza ya como predicador tal notoriedad, por su elocuencia y fervor, que una serie de ciudades como Calatayud, Huesca, Teruel, Valencia, Tarazona, Zaragoza y Pamplona se lo disputan en este ministerio.

Entre los servicios prestados a la Orden, fue Prior del convento de Tarazona, en el que dejó una huella de su “doctrina, dulzura y ejemplo” durante el trienio de 1766- 1769. En 1769 fue nombrado secretario provincial. Creció tanto su fama de orador que fue llamado a la corte en Madrid para dar unas misiones. Fue tal el resultado que Carlos III lo nombra su predicador.

Otro servicio importante que presta San Alberto a la Orden, antes de salir para América, tiene que ver con la reforma del plan de estudios vigente. Los centros de estudio superiores estaban en franca decadencia, por métodos vetustos y anticuados que no correspondían a las necesidades de la época. En un informe solicitado por el Nuncio, Fray José señala que el gran vicio que encuentra es el idiotismo “Pues en un convento compuesto de veintiocho o treinta religiosos, apenas se hallaba uno de quien el prelado pudiera valerse para un sermón de empeño, mesa de examen o consulta de gravedad…” La falta de exigencia y disciplina en los estudios trajo como consecuencia un estado de decadencia general que se acentúa en la segunda mitad del siglo XVIII. En este contexto es sorprendente notar el bagaje cultural y científico de San Alberto. Basta asomarse a sus escritos para comprobar que esa fama de sabio de la que ha gozado dentro y fuera de la Orden, no es infundada. El P. Manuel de San Martín señala: “Nuestro Padre Arzobispo vale por muchos” y al referirse a sus obras dice que “su general aceptación y aplauso, han llegado a Roma, Baviera, a toda España y por toda la América”[1]. Como señala Gato Castaño, esto prueba que, a pesar de un ambiente que no logra estimular al máximo las capacidades que cada uno encierra, esos hombres de excepción encuentran recursos para reaccionar antes la fuerza de las circunstancias. [2]

Desde 1772 a 1778 desempeñó el cargo de procurador general de la Orden en la corte, motivo por el cual, tanto el Rey como sus consejeros pudieron conocer sus muchas cualidades y “quedar prendado de su dulzura y celo”. El 1778 en el capítulo general muchos quisieron elegirle, pero se impuso el P. Gregorio de San Ignacio, de Castilla la Nueva, enviando al P. José Antonio de prior a Calatayud.

Propuesto para Obispo:

El primer intento del Rey Carlos III fue nombrarlo obispo de Cádiz. Fray José, asustado, con insistentes súplicas consiguió que el Rey desistiera de su empeño. Nuevamente el Rey Carlos III insiste en presentarlo para el episcopado, como obispo de Córdoba del Tucumán en América. Esta vez por medio del propio confesor P. Eleta, le dice: «ahora no había de suceder lo de Cádiz. El Rey manda que sin réplica vaya usted a América». Lo propone para la nueva Iglesia el 25 de mayo de 1778.

El nuncio, Nicolás Colonna, arzobispo de Sebaste, inicia en Madrid el 16 de julio de 1778 el proceso episcopal de fray José Antonio de San Alberto, para la Iglesia de Córdoba de Tucumán en los Reinos de las Indias Occidentales, vacante por la promoción de don Manuel Moscoso a la Iglesia de Cuzco.

Por mandato del Rey, fray José Antonio debió partir cuanto antes para América. Llegó a Buenos Aires el 7 de septiembre de 1780. Lo acompañaron desde España dos padres de la provincia de Aragón y Valencia, y un hermano lego de otra provincia. Éstos eran su hermano fray Joaquín de Santa Bárbara y otros dos carmelitas, fray Antonio de Santa Teresa y el hermano Agustín de San José. Integraba también la comitiva el Dr. don Gregorio Funes, nombrado enseguida canónigo de Córdoba por fray José Antonio y conocido en la emancipación de Argentina como el deán Funes.

Llega a Montevideo el 23 de agosto y de allí pasa a Buenos Aires, donde fue consagrado Obispo, el 17 de septiembre de 1780, en la Catedral de la Santísima Trinidad de Buenos Aires de manos del obispo de aquella diócesis, fray Sebastián Malvar. El 30 de octubre de ese mismo año hacía su entrada en Córdoba, la capital de su sede, que abarcaba las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy. El obispo y sus colaboradores se instalaron en el convento de los jesuitas, que habían sido capellanes de las monjas carmelitas.

Su celo apostólico quedó patente en sus famosas cartas pastorales y predicación. Realizó una visita pastoral que duró un año (28-08-82/ 09-09-83) por toda la diócesis, visitando Santiago del Estero, Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y La Rioja. Prácticamente administraba todos los sacramentos y daba personalmente catequesis.

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Su gran caridad se conoció por la creación de colegios para niñas huérfanas nobles de Córdoba y Catamarca. Llevó una vida de auténtico religioso con mucha oración y austeridad. Trabajó incansablemente para concluir la Catedral cordobesa y la consagró el 14 de diciembre de 1784. Contribuyó a la reforma del claustro de la universidad y a disminuir sus gastos. Rehízo el Colegio Máximo de los jesuitas en el que instaló el Real Convictorio de Nuestra Señora de Montserrat. Posteriormente, el 21 de abril de 1782, instaló en él su nueva fundación: «La Real Casa de Huérfanos nobles» o «Colegio de Niñas Educandas» que llamó «Colegio de Santa Teresa de Jesús». Para atenderla fundó un beaterio, que luego serían las Hermanas Carmelitas de Santa Teresa de Jesús, que son las carmelitas de vida activa más antiguas.

 

 

[1] Cfr. MANUEL DE SAN MARTIN OCD, Historia de la Provincia de Santa Teresa en los Reinos de Aragón y Valencia, Tomo II. Archivo Silveriano. Burgos.

[2] Cfr. JOSE ANTONIO DE SAN ALBERTO, Obras Completas. Preparadas por Purificación Gato Castaño. Ed. Monte Carmelo.

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